Iván de la Nuez
“Quepasa” echa a rodar y ya no hay quien la detenga. Ella te mete en su engranaje y, de súbito, te encuentras “invitando a amistad” a todo lo que se mueve por el éter. Tanto a gente que tienes muy cerca como a otra que, por el contrario, quisieras tener lo más lejos posible.
Da igual. El caso es que, desde un día fatídico que no consigo precisar, “Quepasa” ha ido tejiendo su circunnavegación alrededor de mi persona, rodeándome de un curioso circuito de pretensiones amistosas.
El colmo tuvo lugar hace unos días, cuando me llegó un esotérico mensaje a través del cual “Iván de la Nuez me invitaba a ser su amigo”.
Alguna escena de David Lynch me vino a la cabeza. Y también, cómo no, Borges: sentado en un banco de Cambridge (o Ginebra, según la versión que uno quisiera adoptar de su cuento El otro). Ese mismo en el que un hombre, muy parecido, se sienta al lado de Borges y le dice “soy Borges”, para acto seguido ponerle al corriente de su vida futura. Sé que invocar a Borges es mucho invocar, pese a que Umberto Eco lo haya definido una vez como el inventor de Internet (si bien se refería a El Aleph y no a este relato).
Salgo de Borges y regreso a mi realidad. Esa en la que Iván de la Nuez invita a Iván de la Nuez a ser su amigo.
Siguiendo la lógica de esa posibilidad, me da por imaginar el momento de la cita a ciegas, del encuentro físico entre los dos, más allá del éter… Y de calcular cuál de los dos, llegado el caso, contaría con mayor ventaja; es decir, cuál de los dos se conocería mejor.
Con esta ligera crisis de identidad vuelvo al blog para proseguir el diálogo interrumpido el pasado julio con el post “Museos en la cabeza”.
Así que aquí estoy de vuelta…
¿O será el otro?
Tal vez “Quepasa” tenga la respuesta. Aunque no sé si recomendarles que se integren ahí para encontrarla.